¡Gracias Santísima muerte, agradeció Fabiola, mi prima, mientras encendía un par de veladoras a los pies de la figura que era devota no cabe duda que en verdad eres muy milagrosa!
Desde hace un par de años, ella puso su fe en la Muerte, para encontrar un hombre que la amara y respetara, para que en su momento se decidiera llevarla de blanco al altar. Pese a que mi prima no es una mujer fea, los novios que le tocaron la habían tratado mal y le hicieron añicos el corazón. Pasó por su mente no casarse nunca.

¿Por qué no le rezas a San Antonio?, le pregunté cuando me confesó la idea de colocar un gran altar a la Santa Muerte ¡es el santo del amor!

¡No!, respondió tajante me contaron que es más efcetiva esa Santa. Además, ya compré una enorme imagen de ella y la voy a colocar en mi recámara.

A pesar de que también es santa, repliqué buscando una explicación a ese algo que no dejaba de darme miedo. estás hablando de la muerte.
Finalmente, mandó colocar su adoratorio en unas repisas en una esquina de su cuarto; un par de veladoras permanecían encendidas día y noche; además, una gran cantidad de manojos de flores e incienso eran ofrendados de manera regular.

¡Ya tengo novio!, me dijo emocionada cierta vez que fue a mi casa vez, como si es milagrosa.

No sé, respondí de forma automática si te lo envió ella que bueno.

Su nombre es Gerardo, contó con una felicidad que no le cabía en el pecho acaba de terminar la carrera de doctor y no es como los demás...
El noviazgo de ella y su novio duró poco más de un año, hasta que él le propuso matrimonio; mi prima no podía creer su buena suerte. Ambos se amaban, llevaban una relación estable y todo parecía marchar sobre ruedas.
No obstante, la salud de la abuela de nosotros, recayó de manera alarmente. Como era de esperarse, falleció un sábado por la mañana, debido a un paro respiratorio.
Hija, le dijo a Fabiola poco antes de morir estoy deteniendo tu boda.
No digas eso abuelita replicó en tono tranquilo estamos esperando a que te recuperes, para que puedas asistir, tú no puedes faltar a nuestra boda.

¡Te prometo estar en la celebración! setenció la mujer en aquella plática.

Antes de partir a la iglesia, la novia pidió estar un momento a solas en su habitación. Mientras el novio, familiares y amigos más íntimos esperábamos impacientes en la sala. Ella no quiso decirnos el motivo de tal desición. Intuí que mi prima deseaba agradecerle a su santa, el milagro de estar a unos minutos de su boda.
Santa Niña, exclamó con lágrimas en los ojos. Hincada frente a la enorme figura sosteniendo una enorme guadaña, colocada en gruesas láminas de madera jamás pensé que llegara este día.
Permaneció en silencio; revisó que aún quedara algo de cera en el par de veladoras encendidas y decidió salir.

¡Estás preciosa!, proclamó Gerardo al ver a su prometida en cuanto llegue el automóvil, salimos para la iglesia.
Todos coindimos en lo mismo; mi prima se veía linda con su blanquísimo vestido. El largo velo recorría toda la sala, mientras la abrazábamos y tomabamos fotografías con ella. De repente, un tremendo impacto nos puso los pelos de punta. El ruido provinó del cuarto de la novia, todos corrimos hacia ahí. Al parecer, algo pesado se había caído.
¡Está cerrada la puerta!, gritó ella al percatarse de que no podía abrir ¡las veladoras están encendidas!
Imposible, agregó uno de mis primos al ver que con la llave tampoco abría está atrancada...
Tuvimos que empujar con fuerza para botar el seguro; pero lo que encontramos nos dejó la sangre helada y robó nuestra habla: la figura de la Santa Niña cayó justo sobre el retrato de nuestra abuela fallecida meses atrás, destrozando el marco y el cristal con el que se cubría.
En esos momentos, un olor a putrefacto impregnó toda la habitación y una extraña presencia inundó a los presentes.
Huele horrible exclamó la prometida a punto de vomitarse, mientras abría las ventanas para dejar entrar un poco de aire fresco.
Al ver a su santa permanecida en el suelo, se agachó a recogerla. Esta al ser tocada por su manos, se desmoronó, convirtiéndose en fina arena oscura que formó un pequeño montoncito. Fabiola quiso agarrarlo, pero los pequeños granos salieron de entre sus dedos sin poder siquiera mantenerlos por un instante.
Inexplicablemente, un gélido ventarrón entró azontando las ventanas volando la arena. Del leve remolino formado por los restos de la figura de la Santa Muerte, apareció una silueta difusa volando en dirreción hacia la ventana, ante la mirada atónita de los presentes.
Fabiola lleva tres años de casada y tiene un pequeño varón. Ha pasado el tiempo y aún no hemos podido descifrar el mensaje; quizá la abuela cruzó el umbral de la muerte para decir que estaba en la boda.

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